dilluns, 10 de juny del 2019

camises mapamundi

dresslily.com: chemise avec une carte du monde
Fa un munt de dies que estava veient un clàssic a Youtube: Peter Noone - I'm Into Something Good - The Naked Gun Soundtrack 1988. I de cop, vaig veure als anuncis de la pàgina una camisa per la qual en Sinfu hauria estat capaç de matar fa uns anys. Ara no ho sé, la gent canvia, ja ho saps.

En tot cas, si tu també trobes que pot ser un punt passejar-te pel carrer amb una camisa tan original, la pots trobar a DressLily.com. M'han dit que si dius que vens de la part d'en Doc no et faran descompte, però et diran que li donis records de la part de la patrona i que ja sap que li guarden una habitació a Xile per quan vulgui tornar-hi.

divendres, 17 d’agost del 2018

Cuatro Pollos



Cuatro Pollos
(Como decía el gran Pepe Rubianes, Lorca somos todos)


Quizás porque jamás había matado ni una mosca, al menos de manera consciente, Casimiro se mostró aterrorizado ante aquella idea. Los hombres de la casa estaban casi siempre fuera, ocupados en tareas que él no acababa de entender. Durante las vacaciones de verano la mansión familiar había sido escenario de múltiples encuentros y reuniones, siempre rodeadas de una aureola secreta y tenebrosa. El servicio doméstico apenas sabía nada de lo que estaba pasando, y era su madre la que se encargaba de llevar café y licores al estudio de su padre, siempre que éste recibía visitantes. Alguna vez los había escuchado a escondidas, a través de una de las ventanas que daban al jardín pero nunca vio las caras de aquellos hombres con los que su padre hablaba hasta ya entrada la madrugada. Al principio no entendía que decían, pero los acontecimientos se precipitaron durante la segunda quincena de Julio, sembrando Sevilla de sangre, terror y caos. Aquellas sesiones clandestinas formaron parte del plan de conquista de la capital andaluza. Ahora veía en su casa, a plena luz del día, los rostros de algunos de los misteriosos visitantes. Militares, Falangistas, Religiosos y otras personas de “orden” frecuentaban abiertamente los dominios de aquel aristócrata y Grande de España. Casimiro veía muy poco a su padre y  a sus hermanos mayores, ya que estos formaban parte de la nueva “administración”. Él, que  todavía vestía pantalón corto,  siempre había sido protegido por su madre, que lo mimaba por ser el menor de sus vástagos. Se lo consentía casi todo menos el descuido de sus deberes religiosos. Durante los primeros días del golpe, los disparos y las explosiones le daban miedo, pero ya entrado el mes de agosto sólo se oían descargas lejanas casi todas las noches. Su padre se jactaba de lo limpia que estaba quedando Sevilla de indeseables y de como estaban eliminando a la chusma. De vez en cuando su madre escuchaba con admiración las arengas nocturnas de Queipo de Llano desde los micrófonos de Unión Radio Sevilla, pero a él le resultaba difícil comprender su jerga intimidatoria, despótica y cuartelera. Educado en la más estricta disciplina religiosa, no entendía como se estaban infringiendo algunos de los mandamientos de la iglesia católica. Recordaba las clases con los hermanos Maristas, los largos rezos, los castigos sufridos por utilizar palabrotas, las largas horas de estudio de historia sagrada y los sermones. Apenas salía a la calle pero sabía algo de lo que pasaba por las conversaciones sigilosas que los sirvientes mantenían en la cocina. Por ellos supo de la muerte  en una barricada de Triana, de Matías, un joven carnicero que se encargaba del reparto de huevos y pollos a las familias acomodadas de la zona. Lo había visto muchas veces en la casa, flirteando con alguna de las sirvientas cuando éste sacrificaba algunos pollos para la familia. Él nunca quería ver la muerte de los animales, le daba terror ver la sangre derramada, los estertores arrítmicos y finalmente los cadáveres. Y ahora, según su padre, tendría que convertirse en un hombre, y ser capaz de matar con sus propias manos los pollos que antes sacrificaba el Matías. Esa idea lo mantenía atemorizado y en cuanto alguien hablaba de pollos se le ponía la piel de gallina.  Una mañana, de camino a misa con su madre, vio pasar un camión repleto de hombres harapientos y cabizbajos. Se preguntó en voz alta porqué se los llevaban y su madre simplemente le contestó que por rojos. Ya en la iglesia el cura recitó una lista de los mártires caídos por Dios y por España durante el alzamiento en Sevilla pero no había ningún Matías entre ellos. De vuelta a casa se detuvieron durante unos minutos para aplaudir a una columna de Legionarios, a los que seguían de cerca un grupo de Regulares a caballo. Vio sus caras y no entendió nada. Aquella misma noche durante la cena, su padre anunció con alegría que había tenido noticias de sus familiares de Granada y que se encontraban bien gracias a Dios.  La ciudad había caído en manos nacionales más fácilmente de lo que habían pensado inicialmente y eso era también una buena nueva. Después de la cena llegó a la casa un militar de alta graduación cuya voz le resultó muy familiar y al que finalmente reconoció cuando soltó una de sus carcajadas al estrechar la mano de su padre. Varios soldados lo acompañaban y dos de ellos transportaban una jaula con cuatro pollos. Su padre agradeció a Queipo por su regalo avícola y le presentó a Casimiro, que blanco como la cal de las paredes sevillanas a penas abrió la boca. Supo, sin que nadie se lo dijera, que aquellos pollos tenían los minutos contados, que los habían traído  para que él los sacrificara. Había llegado el momento y a los mayores les pareció apropiada aquella noche. Instantes después sonó el teléfono y su padre se lo pasó al general. “A esos cuatro pollos que les den café, mucho café” dijo giñándole un ojo a su padre. Ya en el patio, y antes de coger al primer pollo boca abajo por las patas y intentando controlar su terror le preguntó a su padre si a sus pollos les iban a dar café, a lo que su padre le contestó que para aquel tipo de pollos con un buen tajo en la garganta bastaba.

Rafael Jaime Moreno
Cork 16-8-09

dijous, 19 de juliol del 2018

CUINES



Com que potser fa massa temps que no ens veiem les cares,us deixo uns minuts d´home mediàtic que tv3 va tenir a be ,deixar-me ser l´altre dia.I no,no sóc el que surt a l´imatge,collons,que tampoc he canviat tant.

dissabte, 17 de març del 2018

Para eso están los amigos

PARA ESO ESTÁN LOS AMIGOS


Cuando Daniel entró en el pub casi pude leerlo todo en su mirada. Nos conocemos hace tanto tiempo que difícilmente se me escapa nada de lo que le pasa. Había quedado con Julie para celebrar el último Saint Patricks day antes de su partida, y aunque dudó durante algunos instantes cuando se lo propuse, aceptó finalmente la invitación. Después de tantos años, nuestro triángulo estaba a punto de romperse. Por eso, y para intentar que las aguas volvieran a su cauce, por lo menos durante una noche, pensé que lo mejor era interceder entre los dos y convencerlos para celebrar a costa de Saint Patrick (si él lo supiera...) un último y definitivo encuentro,  porque para eso están los amigos. Conocía todos y cada uno de los problemas que habían existido entre los dos, sus viejas rencillas, sus penas y sus alegrías, sus miserias y grandezas. La vida nos había unido a los tres en la escuela y después de tantos años nos iba a separar en la misma barra que un día fue testigo de sus primeros besos y caricias. Daniel me saludó efusivamente cuando le serví la primera cerveza de la velada. Acercaba el vaso a su boca cuando apareció Julie, y aunque intentó dominar su pulso, nada pudo hacer para evitar que un pequeño trago de cerveza se escapase, furtivamente, de su boca. Hacía casi tres meses que no se habían visto y todo lo que sabían el uno del otro era gracias a mí. Mientras cogía una servilleta para limpiarse, intentando disimular, Daniel lució su mejor sonrisa ante los ojos de Julie, que nos saludó a los dos al mismo tiempo que me pedía una cerveza. Para no ser menos yo también me uní a ellos y brindamos entre el bullicio general como siempre lo habíamos hecho. La música fluía por todo el local y dificultaba la conversación, por eso decidimos trasladarnos hacia un extremo de la barra. Atrincherados entre vasos y abrigos empezamos a hablar de lo mucho que nos gustaba el ambiente y la atmósfera del pub. Sabían, entre otras cosas, que difícilmente se repetiría una situación de este tipo. Habían decidido emigrar, en parte para escapar cada uno de su propio infierno, hacia tierras lejanas, a Australia Julie y a Canadá Daniel. Les dije que me sentía un poco triste y que esperaba, ante todo, que algún día nos volveríamos a encontrar en mejor situación, aunque no en mejor lugar. Una mueca disfrazada de sonrisa apareció por sus caras y decidí dejarlos solos durante un rato y volver a mis quehaceres detrás del surtidor de cerveza. Después de recuperar mi buen humor ante los clientes, que cantaban y brindaban al compás del piano, los vi hablar acaloradamente, como siempre lo habían hecho. Vi sus vasos vacíos y los llené de nuevo, como quien da la vuelta a un reloj de arena para alargar el tiempo. No me prestaron la más mínima atención, ni cuando propuse un brindis por Saint Patrick, así que me alejé de nuevo y me uní a un grupo de adorables viejecitas que empezaban a cantar sin vergüenza alguna, gracias a unas pintas de cerveza que pedían a gritos volver a estar llenas.  Por un momento pensé en llamarte para saber de ti y recordarte nuestra cita, pero decidí esperar un rato. Tras la tercera cerveza, Julie parecía indignada y Daniel trató de apaciguarla. Nada había cambiado después de tanto tiempo. El uno siempre tan cortés y comedido y la otra tan vulnerable y susceptible, que cualquier comentario fuera de tono, aunque fuese simpático, le indignaba hasta sacarla de sus casillas. Por fortuna, la música y las conversaciones cruzadas entre lagos de cerveza negra amortiguaron aquel inició de motín. Pensé en volver cerca de ellos pero preferí dejar que por una vez fuesen ellos solos los que solucionasen sus diferencias, que no eran pocas. Bastante tenía yo con mis problemas como para acabar mediando entre ellos en una noche que yo quería convertir en mágica, con ellos por un lado y contigo por el otro. El local estaba tan lleno que difícilmente podía avanzar con los vasos en alto para llegar a las últimas mesas que sufrían con desespero una sequía momentánea. Tras una de aquellas expediciones decidí premiarme con un trago corto de mi whisky preferido y me fumé un cigarrillo mientras tatareaba una canción de Van Morrison, aquella que a ti tanto te gusta cantar por las mañanas cuando estamos juntos. Intenté entonces ponerme en contacto contigo pero el teléfono del hospital estaba comunicando, así que decidí volver a primera línea mientras pensaba en lo que íbamos a hacer tú y yo después de cerrar el pub. Conseguí, no sin esfuerzo, llegar hasta el pianista y le pedí casi a gritos que tocase, mientras le llenaba el vaso de whisky, algún tema de los Pogues. Pensé que les gustaría, y como los vi más calmados, me acerqué con disimulo para cantar con ellos “A rainy night in Soho”,  que tantas noches de borrachera nos había acompañado. Era divertido escuchar el acento de Daniel en momentos como aquel, cuando el alcohol hacía aflorar su ascendencia chipriota. Julie soltó una enorme carcajada y sin dudarlo les serví la cuarta cerveza. Por un momento volví al pasado y recordé las largas veladas en casa de Julie, alrededor de su piano y de las botellas de whisky que tan celosamente guardaba su padre. Pero no eran más que recuerdos que regresaban a mi mente y probablemente a las suyas. Daniel levantó su pinta y dijo algo incomprensible en griego, como solía hacer cuando el alcohol sobrepasaba su cordura. Julie trató de levantarse pero estuvo a punto de perder el equilibrio y aterrizó de nuevo en su taburete intentando disimular su estado. Abrió su bolso y empezó a hurgar  con desespero en su interior. Entonces alguien me llamó por mi nombre y los dejé allí hablando. Cuando llegué al otro extremo de la barra, el violinista, completamente ebrio, me pidió una ronda para los músicos, a lo que accedí sin demora. Eran casi las once de la noche y la fiesta entraba en su recta final. Las viejecitas ya no podían cantar, el pianista flirteaba con una graciosa pelirroja y yo me dispuse a tocar la campana, anunciando el fin de la velada. Tuve que tocar con más empeño de lo habitual, y después de mi breve incursión en el mundo de la música, todos los presentes empezaron a pedir la última cerveza. El ambiente estaba tan cargado que tuvimos que abrir un par de ventanas. Daniel se acercó a mí y me pidió la última ronda como quien pide un bis en un concierto. Al acercarme a ellos los vi radiantes y me alegré tanto por ellos, y por qué no decirlo, por mí, que acompañé con unos whiskies aquellas cervezas negras. Yo también empezaba a sentir los efectos de todo lo que había estado bebiendo y por eso no me sorprendí cuando vi que Daniel cogía la mano de Julie y la besaba suavemente, ni cuando Julie acarició su cara y su pelo. Pero lo que sí me sorprendió fueron aquellos extraños posavasos alargados de Aerlingus en los que reposaban sus pintas. Entonces Daniel, con un guiño, me pidió las llaves de mi casa y yo se las di. Por eso, tras adecentar el local y tirar sus pasajes a la basura, he decidido venir a buscarte, para que me lleves a tu casa, porque para eso están los amigos. 

Rafael Jaime i Moreno

12-4-1999

dimecres, 14 de març del 2018

A las barricadas




A LAS BARRICADAS 

Serafín se  levantó tan temprano aquel domingo que se sorprendió de la frenética actividad que bullía por las calles al amanecer, sobre todo en el bar Galaxia, donde los madrugadores y los trasnochadores del barrio coincidían en sus primeros cafés o en sus últimas copas. Se enfundó con algunas dificultades en un jersey de lana roja y un traje de pana negra, anudó sus zapatos, y tras revisar sus bolsillos y meter un sobre blanco en uno de ellos,  se sintió listo para la acción. A sus ochenta y nueve años solía abandonar la calidez de su cama a eso de las diez y media, pero la excitación que le producía la jornada y los recuerdos, lo habían mantenido en vilo toda la noche y por eso ya estaba en la Galaxia a las seis y media. Sólo el perro lo vio salir de casa, abrigado y con la boina calada, pero ni su hija ni su yerno se despertaron. Los años y los achaques habían hecho mella en su salud pero no renunció nunca a sus esporádicas copitas ni a los cigarrillos, que fumaba a escondidas, lo que provocaba la ira de sus hijos y los sermones de su médico de cabecera. Se tomó un cortado mientras ojeaba la portada de La Vanguardia y recordó la primera y  última vez en que acudió a las urnas, en febrero del treinta y seis. Jamás hubiera manoseado aquel periódico entonces, pero ahora ya poco importaba. La televisión mostraba imágenes de las últimas detenciones efectuadas por la policía, Ángel Acebes balbuceaba algo incomprensible ya que tras la barra del bar un molinillo de café ahogaba sus palabras (que alivio) y una voz entrecortada anunciaba el  programa que a partir de las ocho de la noche iría proporcionando los primeros resultados electorales provisionales. Encendió  un pitillo y vio entrar a su nieto, que a su pesar pertenecía al colectivo de los trasnochadores. Y eso al él, que había trabajado tanto y que había luchado por la libertad con el sindicato, en las calles de Barcelona, en los frentes de batalla, en el exilio y en las cárceles, le revolvía a veces el estómago. Pero el chaval, aunque estaba pasando una mala temporada, era buena persona. “¿Que hace aquí tan temprano abuelo?” le preguntó después de besarlo y quitarle furtivamente el paquete de Ducados. Serafín lo miró a los ojos (desorbitados e inflamados por el alcohol y la falta de sueño) y le espetó: “¡Sacarte las castañas del fuego, joder!”. Cipriano se echo atrás sorprendido y le preguntó de que castañas y de que fuego estaba hablando. “Invítame a un carajillo y te lo explico” le dijo mientras tosía levemente. Tras tomarse el carajillo en un sólo un trago y pedir un choreoncillo de Veterano “para limpiar el vaso” empezó a hablar de manera tranquila pero solemne. Había decidido votar por primera vez para fastidiar al tío del bigote y a sus secuaces. Ya no vería una revolución que transformase el mundo, a su edad, pero seguían mandando los hijos y los nietos de los mismos contra los que él había luchado y quería pararles los pies.  A su alrededor se formó un corro variopinto de adolescentes botelloneros y otras tribus, cazadores en traje de revista y ciclistas depilados que escuchaban sus palabras entre cachondeos y silencios expectantes. Serafín no se dio cuenta y siguió hablando, mientras tosía y le mostraba su vaso vacío al camarero, un joven ecuatoriano que parecía el único ausente en medio de aquel anárquico alegato. “Yo estuve en Madrid con Durruti, y más tarde con Cipriano Mera luchando contra los fascistas”. Los ciclistas y los cazadores empezaron a desfilar por la puerta y uno de  ellos se atrevió a decir “No le deis más de beber al viejo” entre risas cómplices de sus compinches. Serafín interrumpió sus palabras y le lanzó una mirada fría y desafiante, y después de indicarle con un dedo su próximo destino pidió un cigarrillo a una de las jóvenes que estaba alrededor. Cipriano, su nieto claro está, nada que ver con Mera, intentó calmarlo y llevárselo a casa pero Serafín no estaba para monsergas. En las caras de aquellos adolescentes (que lo escuchaban con creciente admiración) veía a sus antiguos camaradas, a sus amigos de la calle, a su mujer, a una de sus novias, a sí mismo. Siguió hablando, casi narrando su propia vida y la propia historia, la de aquel verano tiempo atrás en que entre el miedo y el caos brotó, de manera efímera, una ilusión colectiva que recorrió las calles de Barcelona fusil en mano. “Colectivizamos la fábricas, los comercios, las tierras” tosió escandalosamente y añadió “¡Si hasta el hotel Ritz era un comedor popular!” Los teléfonos móviles ardían en las manos de algunos miembros de aquel improvisado auditorio. Unos de los textos decía: “ven a la Galaxia, hay un viejo que explica cosas increíbles. Pásalo.” A las ocho de la mañana el bar empezó a quedarse pequeño. Chaquetas de cuero negro, orejas con diez pendientes, pelos  puntiagudos, ocupas, bicicletas amontonadas en la calle, bocadillos de lomo y de tortilla, cafés con leche, magdalenas, cervezas y carajillos. Un hombre que introduce monedas a destajo en la máquina tragaperras se toma un respiro mientras recoge sus ganancias, y mirando a Serafín dice: “y de los que matasteis , de los paseíllos ¿no les cuentas nada? Habrase visto con los comunistas …”. Cipriano agarró a su abuelo de un brazo y eso bastó para inmovilizar sus  escasas fuerzas. Aún así, airado respondió “¡yo soy anarquista coño! ¡que sabrás tu de lo que pasó!”. Alterado, rojo como un tomate, comenzó a cantar “negras tormentas agitan los aires…”. En la radio la Pantoja competía con Serafín, que extenuado vio como la multitud terminaba uniéndose a él repitiendo “a las Barricadas a las Barricadas…”. El jugador se escabulló como por arte de magia. Serafín lloraba, emocionado y embriagado. Las chicas lo besaban con cariño y un muchacho le alargó un cigarrillo encendido. Tras un par de caladas examinó el cigarrillo y exclamó “que buen sabor que tiene esta grifa…” mientras Cipriano intentaba arrancárselo de las manos. El camarero, solo y desbordado por la inesperada invasión de la Galaxia abrió un par de ventanas para airear el ambiente. Algunos clientes habituales intentaron infiltrarse en el bar pero desistieron. Serafín hablaba por los codos bajo los efectos del hachís y su nieto intentaba contactar con alguien en casa pero nadie contestaba el teléfono. Preocupado y resacoso, rogó al que parecía uno de los cabecillas de la ocupación que vigilase al abuelo mientras iba a buscar a su madre. Ya en la calle consiguió hablar con su padre, que no daba crédito a lo que oía. Algunos minutos después  entraron juntos en el bar, abriéndose paso entre una selva de cuerpos. Serafín disertaba sobre la democracia popular, la autogestión e incitaba a los presentes a votar. Muchos de ellos tenían muy claro que después de los trágicos atentados de Madrid, de la actitud del gobierno, de la rabia y la mala leche reinante había que plantar cara. “Unu bieron, mis petas” dejó ir Serafín ante la sorpresa de su yerno. Hacía mucho tiempo que no utilizaba el Esperanto pero seguía tan fresco  como en su juventud. Un par de chavales creyeron entender que pedía “birras y petas” pero Cipriano les aclaró que “petas” significaba “por favor”. Entre padre e hijo trataron de arrancar al viejo anarquista de la barra del bar con un sinfín de pretextos. No lo consiguieron, así que el nieto se quedó  en espera de acontecimientos. A media mañana alguien propuso una visita a Can Pujol, una vieja fábrica textil del río Ripoll, ocupada por varios colectivos de la ciudad. Serafín había trabajado de aprendiz en sus años mozos y se entusiasmó con la idea. Resignado, Cipriano se metió con su abuelo en una vieja furgoneta. Durante el trayecto les explicó que aquella fábrica había sido un modelo de autogestión y se libró de ser volada por las columnas de Líster en el último momento. La crisis textil acabó con ella en los años setenta, y desde entonces había estado abandonada. Ahora diversos grupos utilizaban algunas de las zonas que todavía quedaban en pié, muy a pesar del Alcaide Bustos.  Durante un buen rato andó en silencio por las desoladas instalaciones.  A las doce casi todo el mundo se había esfumado. Cipriano consiguió finalmente convencer al abuelo. Tenían que ir a casa, tranquilizar a la familia y luego votar. Serafín estaba eufórico, andaba más firme y seguro que su nieto, quien resacoso y cansado intentaba seguir sus pasos. Ya en la Creu Alta tomaron un autobús en el que viajaban algunos inmigrantes sudamericanos y africanos. Una pareja (él magrebí y ella catalana) acomodaban a su bebé frente a ellos. “Ahí está el futuro de la humanidad, en el mestizaje” dijo mirando a Cipriano que asintió con los ojos medio cerrados. Recordó durante el trayecto el Sabadell de su juventud, los desengaños y las alegrías, y le costó reconocerse como parte de este mundo moderno en el que él ya sólo era pasado.  Bajaron delante de l’Ajuntament y emprendieron el último trayecto a pie.  La ciudad estaba llena de pancartas y pósters con las caras de los candidatos y sus eslóganes. Como viejo anarquista no sentía muchas simpatías  por los partidos políticos. Los de derecha eran la bicha para él, pero no podía olvidar el trato que había recibido de  los socialistas y los comunistas a partir de  mayo del 37. Después de mirar algunos de ellos con detenimiento en la Plaça del Gas, Cipriano le preguntó a su abuelo: “¿y usted a quien va a votar?”. Tras unos segundos en silencio, Serafín se sacó un sobre blanco del bolsillo de su chaqueta, lo abrió y le mostró una fotografía de Durruti mientras  decía : “a éste”.

Rafael Jaime

Cork 24-11-2008

dimarts, 30 de gener del 2018

skins per puigdemont?


Decibelios Oficial: Torna a casa, Youtube, 29.01.2018

Decibelios, la mítica banda de El Prat de Llobregat, va pujar ahir a Youtube el tema: 'Puigdemont, torna a casa'.

Mes enllà del missatge que transmet el tema, m'he mort de riure pensant en la cara que posaran els convergents quan busquin altres temes de la banda a Youtube i es trobin amb: 'Voca de Dios' (live) o 'El seminarista y los Boy Scouts'. I ja no dic res quan vegin l'Alfredo Pérez (Fray) amb samarretes de Hitler o amb la bandera d'Espanya. O la bandera d'Espanya i els graffitis de 'Viva Espanya' al  local d'assaig de la banda (Viento de libertad) ... Tot plegat, res que lligui amb les lletres dels temes de la banda, revolucionàries a més no poder!  Imagino que algú dirà què ho feien just per provocar ... Ok, però a qui?

Però encara estic més mort de riure pensant en el gang de 'Inès i els 155', quan vegin en Fray, un producte genuí de l'invent que anomenen 'Tabarnia' i si, als vídeos mencionats més amunt, els hi afegeixen 'Vacaciones en El Prat' (30 years after), 'Matar o Morir', 'Terroristas de despacho' o 'Polleros y orgullosos', entre molts i molts altres.

I ja no podia més pensant que si el gang de 'Inès i els 155' segueix donant la tabarra amb l'invent que anomenen 'Tabarnia' i si, tirant de la canya que els va passar en Jordi Evole, segueix donant la brasa amb el barri de Sant Ildefons ("La Sati", o "La Ciudad Satélite" de Cornellá) jo ja no descartaria un retorn polititzat de grups com La Banda Trapera del Río (Morfi Grei - La losa, vinga, una mica de historia ...)

En fi, traiem la birra i les crispetes perquè: The show must go on!

dilluns, 20 de novembre del 2017

Algo digno que celebrar




Cuando el abuelo nos habló por primera vez de la botella faltaban pocos días para la muerte de Franco. Aquella noche durante la sobremesa y después de debatir sobre la salud, o mejor dicho, sobre cuando iba a estirar la pata el Caudillo, el abuelo empezó a explicarnos una historia que jamás habíamos oído. El nueve de febrero de 1939 un grupo de soldados y mecánicos de la aviación republicana partieron de Portbou camino de la frontera en Cervera de la Marenda, entre ellos mi abuelo. El brillo en sus ojos alumbraba la narración y casi nos pareció ver aquella interminable fila de fugitivos de camino al exilio. Dejaban atrás todo cuanto poseían, sus ilusiones y sus recuerdos, sus familias y la tierra, si es que alguna vez la poseyeron. Aquella mañana fría de febrero iba a ser la última en tierras catalanas para muchos de ellos. Ya cerca del puesto fronterizo un aviador ruso descorchó una botella de coñac y la fue pasando de mano en mano hasta quedar vacía. El abuelo saboreó su trago con amargura mientras miraba atrás por última vez. Lloró como tantos otros, en silencio, a escondidas, hasta que aquel aviador se le acercó y le ofreció un cigarrillo. Mientras fumaban, el aviador le alargó una botella de coñac al abuelo y le propuso guardarla para celebrar el día en que el dictador muriese. La metió en el bolsillo interior de su abrigo  y tras un abrazo se despidieron. Nunca supo su nombre pero jamás olvidó su cara. Al llegar a la frontera entregó su fusil y su munición a los gendarmes y se convirtió en uno más de los refugiados. Pasó semanas en los campos de concentración y comprobó como tantos otros la hospitalidad francesa. Resistió la tentación de abrir la botella varias veces, con la ilusión de hacerlo en el momento apropiado. Aquella botella se convirtió en un símbolo y fue lo único que trajo consigo al volver al pueblo tras una larga odisea varios meses después. Pasaron los días y los años, y el dictador seguía vivito y coleando con la ayuda de Dios y las potencias occidentales. De vez en cuando se encerraba en el cobertizo y miraba la botella como quien mira a un ídolo prohibido. Con los años su pelo se tornó gris como la etiqueta del coñac, descolorida por el paso del tiempo.
Después de aquella larga sobremesa desapareció durante unos minutos para volver con la botella en sus manos. La dejó en la mesa y la miramos largamente sin abrir la boca. La mañana siguiente los rumores sobre la muerte del Caudillo crecían como las setas en otoño, sin parar. En casa, la televisión (con su único canal) no paraba de emitir partes informativos del equipo médico habitual mientras el abuelo sintonizaba La Pirenaica con su viejo transistor. Dos días más tarde, mientras mamá preparaba la cena vi como el abuelo acariciaba la botella y tatareaba “Volver” de Gardel. Aquella noche interrumpieron la programación televisiva por obra y gracia del estado de salud del Generalísimo. Papá y el abuelo se miraron y se instalaron cerca del transistor mientras para mi sorpresa aparecía en pantalla la película “Objetivo: Birmania”. Mamá y mi hermana mayor se fueron a la cama y aunque mi padre nunca me dejaba quedar hasta tarde frente al televisor, aquella noche aproveché la situación para camuflarme en el sofá entre  explosiones en blanco y negro. Aquellos soldados americanos me recordaron al abuelo en su huida a Francia. La Pirenaica mantuvo entretenidos a los adultos hasta que terminó la película y me mandaron a dormir. Ellos pasaron la noche en vela esperando la noticia entre cafés y cigarrillos. Por la mañana a eso de las siete me despertó mi madre para decirme  que Franco había muerto y que las escuelas estaban cerradas. En el comedor, el abuelo y mis padres desayunaban cuando entró mi hermana con el Diario de Barcelona; lo devoramos. Papá se fue a trabajar y los demás nos quedamos en casa. La televisión emitió a media mañana el mensaje lacrimógeno de Arias Navarro. Mamá empezó a llorar, pero no por la muerte del dictador sino por la aparición en pantalla del Carnicero de Málaga, responsable de la tortura y el asesinato de entre otros su padre, maestro y libertario convencido de Antequera. La abuela murió en aquella fatídica carretera de la costa malagueña durante uno de los ataques aéreos que azotaban las columnas de refugiados. Mamá y su hermana mayor escaparon y fueron acogidas por una familia de Barcelona, de donde ya nunca más se moverían. El abuelo la abrazó mientras en silencio me asomé a la calle. Los niños jugaban ajenos a la importancia del momento y los adultos disimulaban las emociones en público. Aquel día la expectación y la incertidumbre sobre el futuro flotaba en el aire. Ya por la noche, el abuelo hizo honor a su promesa. Después de la cena nos pasamos uno por uno la botella antes de abrirla. La etiqueta era irreconocible tras treinta y seis años, aunque el lacre rojo que sellaba el corcho parecía recién hecho. Las recias manos del abuelo abrieron la botella y la dejó unos minutos sobre la mesa. Tras las oscuridad del vidrio se escondía un elixir cuyo aroma se expandió por el comedor de manera casi inmediata. Llenamos unas pequeñas copas de cristal y brindamos por aquel aviador, por nosotros, por los que no estaban, por Catalunya, por la República y la Libertad, entre pequeños tragos de un licor que el paso del tiempo había transformado en exquisito. No recuerdo risas pero si sonrisas relajadas. Tampoco recuerdo mucho más porque entre los cinco dimos cuenta de la botella, y la mañana siguiente experimenté mi primera resaca. El abuelo aceptó a regañadientes la transición y la monarquía. Por eso compró una botella de coñac y se la entregó a mi padre antes de morir aquel verano del setenta y ocho. Los días, como los años, pasaron entre ilusiones y decepciones. Mi padre guardó su botella con la esperanza  de la vuelta de la República, (como le prometió a su padre), o quizás secretamente, anhelando  la llegada de un mundo mejor. Lo cierto es que nunca pudo abrir su botella ya que murió súbitamente el pasado otoño. Ahora yo tengo la botella en una estantería, acumulando el polvo y los años a la espera de algo digno que celebrar.

Rafael Jaime i Moreno
Cork 11-8-08

dimarts, 2 de maig del 2017

ahir va ser primer de maig

(Continua des de l'entrada d'ahir: avui és primer de Maig)

Com a conclusió d'aquesta sèrie d'entrades en relació al Primer de Maig, m'agradaria dir que l'article que Wire dedicava el passat mes de Març (1) ha posat a la llum la meva ignorància sobre moltes coses que resumeixo a continuació:
  • No havia llegit gran cosa sobre Murray Bookchin (2) i encara menys sobre l'anarquisme a Turquia (3)
  • No tenia ni idea de que, des de la presó on està complint una sentència de cadena perpetua, Abdullah Öcalan (4), lider del PKK, tingués un bescanvi de correspondència amb Murray Bookchin que va tenir com resultat la reorientació de l'estratègia política del PKK, l'abandonament del marxisme-leninisme i el llançament d'un projecte internacionalista basat en un Confederalisme Democràtic (5) que té per objectiu el rebuig del nacionalisme i de la presa del poder, que son reemplaçats per un projecte de democràcia assembleària, molt propera del  municipalisme llibertari, una economia col·lectivista, un sistema de federalisme integral entre municipis i una cooperació paritària i multiètnica en un sistema d'organització i de presa de decisions autogestionats (6).
  • Tampoc tenia ni idea de l'existència de Rojava (7), ni molt menys de que en aquest territori ja s'estigui aplicant des del Març del 2016 el projecte del Confederalisme Democràtic, després d'una declaració realitzada pels representants dels pobles que viuen en aquest territori: kurds, àrabs, assiris i altres pobles encara més minoritaris. I encara tenia menys idea de que aquesta declaració es va presentar com un model federal de futur pel conjunt de Síria (7). 
Tot aquest cúmul de coses que desconeixia les resumia força bé en 2014 David Graeber en un article publicat a The Guardian, on exposava la seva incomprensió pel desconeixement que hi havia al món sobre tot el que estava passant al Kurdistan Siri i ho comparava amb el desconeixement sobre el que havia passat durant la Revolució i la Guerra Civil a Espanya (9).

Com tenim la premsa que tenim, i ens informa del que ens informa, potser no estigui de més de fer un salt de tant en tant a aquest enllaç per trobar una informació més contrastada: thekurdishproject.org

    1. Andy Greenberg: How an Anarchist Bitcoin Coder Found Himself Fighting ISIS in Syria, Wire, 29.03.2017
    2. Wikipedia: Murray Bookchin
    3. Wikipedia: Anarchisme en Turquie
    4. Wikipedia: Abdullah Öcalan
    5. Wikipedia: Confederalisme Democratique
    6. Wikipedia: Influences de la pensée libertaire sur le mouvement kurde
    7. Wikipedia: Rojava 
    8. Syria conflict: Kurds declare federal system, BBC, 17.03.2016
    9. David Graeber: Why is the world ignoring the revolutionary Kurds in Syria?, The Guardian, 08.10.2014