Un fisioterapeuta es un sádico que se pasa media hora retorciéndote la espina dorsal y la siguiente media hora esperando a que recobre su posición primitiva. A fin de añadir el insulto a la injuria, persiste en reír mientras te está haciendo ver las estrellas. No estoy seguro de que se ría por el aspecto que ofreces o ante los honorarios que piensa pedirte. Pero, muchacho, ¡cómo se divierte! Por lo visto, se trata de una ocupación enfermiza que le es imposible controlar. Sin duda, ellos denegarán con ardor esta acusación y sostendrán que sus servicios son tan buenos como los de cualquier buen segador. No les hagas caso. Los he estado observando muy de cerca durante años y sé de lo que estoy hablando. Cualquier doctor o fisioterapeuta digno de tal nombre que se ría mientras te está retorciendo los huesos no vale ni lo que la mesa de masajes sobre la que te mutila.
Dicho sea de paso y a guisa de información inútil, aunque quizá puedas utilizar este dato en algún banquete (en lugar de la salsa de tomate), la única diferencia que existe entre un fisioterapeuta y un osteópata estriba en que el título de fisioterapeuta es más largo. Esto proporciona al osteópata una ventaja definitiva. El hecho de tener un nombre más corto le permite compartir su despacho con otro osteópata, consiguiendo así partir en dos el alquiler del local y también tu espina dorsal.
Julius Henry Marx (1959): Groucho and Me
Dicho sea de paso y a guisa de información inútil, aunque quizá puedas utilizar este dato en algún banquete (en lugar de la salsa de tomate), la única diferencia que existe entre un fisioterapeuta y un osteópata estriba en que el título de fisioterapeuta es más largo. Esto proporciona al osteópata una ventaja definitiva. El hecho de tener un nombre más corto le permite compartir su despacho con otro osteópata, consiguiendo así partir en dos el alquiler del local y también tu espina dorsal.
Julius Henry Marx (1959): Groucho and Me
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